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Un son para Portinari

Para Cándido Portinari
la miel y el ron,
y una guitarra de azúcar
y una canción,
y un corazón.
Para Cándido Portinari
Buenos Aires y un bandoneón.

Ay, esta noche se puede, se puede,
ay, esta noche se puede, se puede,
se puede cantar un son.


Ay, esta noche se puede, se puede,
ay, esta noche se puede, se puede,
se puede cantar un son!

 

Sueña y fulgura.
Un hombre de mano dura,
hecho de sangre y pintura,
grita en la tela.
Sueña y fulgura,
su sangre de mano dura,
sueña y fulgura,
como tallado en candela;
sueña y fulgura,
como una estrella en la altura,
sueña y fulgura,
como una chispa que vuela...
sueña y fulgura.

Así con su mano dura,
hecho de sangre y pintura,
sobre la tela,
sueña y fulgura,
un hombre de mano dura.
Portinari lo desvela
y el roto pecho le cura.

Ay, esta noche se puede, se puede,
ay, esta noche se puede, se puede,
se puede cantar un son!

Para Cándido Portinari
la miel y el ron,
y una guitarra de azúcar
y una canción,
y un corazón.
Para Cándido Portinari
Buenos Aires y un bandoneón.

"Sueña y fulgura. Un hombre de mano dura, hecho de sangre y pintura grita en la tela", escribe en 1947  el poeta cubano Nicolás Guillén en su famoso Son a Portinari . "... y el roto pecho le cura al hombre de mano dura que está gritando en la tela". Solo, desde un extremo del mundo, Portinari supo hallar la belleza del hombre latinoamericano. Quizá, después de todo, ella sirva como remedio. 

 

Se dice que una noche, en un bar de Buenos Aires, Nicolás Guillén, su compañero de ideas, tertulias literarias y exilio, escribió en una servilleta el poema “Un son para Portinari”. Años después, otro exiliado, el chileno Horacio Salinas, director del conjunto Inti Illimani lo musicalizó e incluyó en un disco y en el repertorio musical de dicho conjunto. La argentina Mercedes Sosa lo cantó por toda la América Latina.

Definición del arte

Eduardo Galeano

 

PORTINARI no está --decía Portinari. Por un instante asomaba la nariz, daba un portazo y desaparecía.

Eran los años treinta, años de cacería de rojos en Brasil, y Portinarl se había exiliado en Montevideo.

Iván Krnald no era de esos años, ni de ese lugar; pero mucho después, él se asomó por lós agujeritos de la cortina del tiempo y me contó lo que vio:

Cándido Portinari pintaba de la mañana a la noche, y de noche también.

- Portinari no está - decía.

En aquel entonces, los intelectuales comunistas del Uruguay iban a tomar posición ante el realismo socialista y pedían la opinión del prestigioso camarada.

- Sabemos que usted no está, maestro - le dijeron, y le suplicaron:

- Pero, no nos permitiría un momento? Un momentito.

Y le plantearon el asunto.

-Yo no sé - dijo Portinari.

Y dijo:

- Lo único que yo sé, es esto: el arte es arte, o es mierda.

Milton Nascimento con Mercedes Sosa
Sebastião Salgado (Fotógrafo)
"Terra"
Cándido Portinari.
"O lavrador de café"

Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de sus ríos. Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.

No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano.

En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.

Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.

Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.

Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar.

Sebastião Salgado los ha fotografiado, en cuarenta países, durante varios años. De su largo trabajo, quedan trescientas imágenes. Y las trescientas imágenes de esta inmensa desventura humana caben, todas, en un segundo. Suma solamente un segundo toda la luz que ha entrado en la cámara, a lo largo de tantas fotografías: apenas una guiñada en los ojos del sol, no más que un instantito en la memoria del tiempo.

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